(LA NACIÓN) Podrían atravesar el techo de cristal del crecimiento profesional, pero eligen quedarse en casa y criar personalmente a sus hijos con obsesiva dedicación. El feminismo da la voz de alerta: vivir para los niños no es sustancialmente distinto de vivir para los hombres. ¿Elección libre o regresión cultural?

El mal que afecta a las mujeres profesionales americanas ya bien entrado el siglo XXI no es el sexismo sino algo que los grupos feministas -que lo denuncian como algo igualmente peligroso- llaman el «niñismo» (childism) o la «kindergarquía» (kindergarchy).

Es el resultado de una obsesión: ser madres más que perfectas. En Nueva York y las grandes ciudades norteamericanas, esto implica una larga lista de tareas y obligaciones que van desde alimentar a los niños sólo con comida orgánica, llevarlos -personalmente- a cada clase de ballet, mandarín, cocina gourmet para preescolares y violín Suzuki; ni qué hablar a cada práctica de fútbol, béisbol o patinaje artístico después de varias horas de trabajo voluntario en la biblioteca del jardín de infantes. Desde antes de nacer (sin peridural, naturalmente, para evitar químicos), los bebes ya habían sido sobrestimulados con una cantidad de técnicas para que les guste la música clásica y la buena lectura. Y para proteger sus colitas -y el medio ambiente- de lo artificial, los pañales «top» son nuevamente de tela, que hay que lavar a mano y secar al sol.

Con una agenda infantil así, difícilmente una carrera profesional medianamente demandante podría subsistir. Para algunas figuras emblemáticas del movimiento de liberación femenina, vivir para los niños no es sustancialmente distinto de vivir para los hombres, y dan la voz de alerta: los logros de la revolución feminista de los años 60 están ahora en peligro por culpa de estas «buenas madres».

Para la filósofa francesa Elizabeth Badinter, no hay lugar a dudas: «Es un movimiento regresivo dentro de la sociedad que convierte a las madres en esclavas de sus hijos». Elegida en 2010 la intelectual más importante de su país por sus libros sobre maternidad y feminismo, Badinter sostiene que «la nueva imagen de la madre va en contra del modelo por el que luchamos hasta ahora, y vuelve imposible la igualdad entre los sexos e irrelevante la libertad de la mujer».

Y aunque en Francia, por factores culturales y políticos -como las bondades del Estado de bienestar europeo, por ejemplo-, esta nueva ola de maternidad «intensiva» tiene menos impacto que en EE.UU., Badinter destaca en diálogo con La Nacion que esta tendencia se está imponiendo cada vez con mayor fuerza en todo el mundo.

El ojo del huracán, evidentemente, está en EE.UU. y, especialmente, en Nueva York. Aquí Pamela Stone, socióloga del Hunter College de Manhattan y autora del libro Opting Out? Why Women Really Quit Careers and Head Home» (¿Por propia voluntad? Las verdaderas razones por las cuales las mujeres abandonan sus carreras y se van para el hogar), dice que lo que se está viviendo es «la emergencia de un neotradicionalismo» en los segmentos medios y medios-altos de la sociedad, especialmente entre las mujeres que más posibilidades tendrían de acceder a puestos de liderazgo, romper los «techos de cristal» del crecimiento profesional y sentar precedente.

Según estudios que realizó en todo el país con la economista Cordelia Reims, de la misma institución, a mayor nivel de ingreso (y mayor cantidad de recursos invertidos en la educación de las mujeres), mayor es la posibilidad de que, en las parejas donde ambos son profesionales, sólo el hombre continúe con la carrera después de la llegada de los hijos.

«Aunque pasados unos años las madres vuelvan al mercado, en general lo hacen tras haber abandonado sus viejas profesiones en las cuales tanto invirtieron y por las que tanto sacrificaron, pasando a disciplinas más family friendly (por ejemplo, de ser socias de un estudio de abogados vuelven a empezar como maestras). Típicamente esto implica una considerable reducción de sueldo y un empezar casi de cero en la nueva carrera, por lo cual los costos para las mujeres, para los empleadores que invirtieron en ellas y para la sociedad son considerables», subraya.

Pero si esta tendencia deja su huella en la sociedad, también lo hace puertas adentro, en la casa y con los hijos. Infinidad de artículos han salido sobre esta nueva modalidad conocida como «helicopter parenting», en referencia a la actitud de la madre que sobrevuela como un helicóptero por encima del niño, monitoreando todo lo que hace. También se habla de un » micromanagement » de las actividades de los hijos, como si estos fueran una pequeña empresa. La imagen del micromanagement, tomada del mundo de los negocios, no es casual: Stone misma habla de «la profesionalización de la maternidad».

«Al quedarse sin carreras, las mujeres compensan aplicando sus habilidades organizativas y laborales en el hogar, convirtiéndose en supermamás. No dejan el trabajo porque quieren ser supermamás, pero se convierten en supermamás cuanto más tiempo se quedan en el hogar alejadas de las aspiraciones y la identidad que les daba el trabajo. Una de las consecuencias no intencionales de la falta de flexibilidad de las profesiones en EE.UU. es que las mujeres terminan intensificando prácticas de crianza ya intensas en sí», sostiene.

Por supuesto, esta redactora misma puede dar cuenta de amigas ingenieras o economistas en la Gran Manzana que estaban hartas de su trabajo y recibieron encantadas la posibilidad que les daba el primer bebe de abandonarlo todo -algo que, sin niños, hubiera sido considerado socialmente inaceptable y hasta mal visto por los propios maridos aunque éstos pudieran mantenerlas.

Pero más usual es una sensación de ambigüedad. «Con mi primer hijo -confiesa una abogada argentina, madre de tres varones, que tras un posgrado en derecho en EE.UU. ingresó en uno de los despachos más prestigiosos de Wall Street-, pedí trabajar part time . Nunca lograba irme antes de las siete de la tarde, pero igual todos me miraban como a una vaga. En EE.UU. es tan competitivo el sistema que es muy difícil que te respeten si no estás dando el ciento por ciento.»

Y agrega: «En la Argentina creo que no tengo ninguna amiga que no trabaje. Pero así como en Europa tenés un sistema de seguridad social por el cual podés tomarte largas licencias de maternidad y hay gurderías accesibles, así como hay apoyo del Estado y las empresas, en la Argentina en general tenés a tu familia, que te salva en alguna emergencia. Acá, en cambio, estamos solas, con maridos que trabajan larguísimas horas. Entre las americanas, casi nadie nació en Nueva York, y lo mismo, tienen a su familia en Milwakee o Pasadena. Eso explica un poco por qué, si no quieren que sus hijos sean criados íntegramente por una niñera -carísima, además-, tienen que dejarlo todo. Sí, hay factores de moda, o culturales detrás de las A-list moms o supermamás, pero una base estructural también».

Lo cierto es que hoy el tema del «helicopter parenting» fascina a los medios y el libro Bringing Up Bébé, que desnuda y cuestiona el fenómeno, es el gran best seller del momento. Su autora, Pamela Druckerman, acaba de ser nominada por la revista Time para la lista de cien personas más importantes de la actualidad. Los estudios de Stone y Reims muestran que, si comparamos con la década del 80, cuando un 25 por ciento de las profesionales con hijos no volvía al trabajo, hoy la situación está mejor: la proporción bajó al 20 por ciento. Sin embargo, lo que Stone marca es que esta cifra en los últimos años no siguió reduciéndose como era de esperar, sino que básicamente se estabilizó.

Pañales de tela

El gran tema que desespera a feministas como Badinter, sin embargo, son los tintes verdes o hipernaturistas que cada vez están más de moda y que ella traduce como una mayor exigencia para las madres. Desde el regreso al parto en casa y los pañales de tela, pasando por el cuestionamiento a las mamás que no amamantan por larguísimos períodos, hasta cosas que pueden ser más triviales como erigirse en las managers de la «carrera» infantil de sus hijos, o lo que traducido sería «colechar»» (compartir la cama matrimonial con el bebe).

«En ausencia de una ideología de recambio para el capitalismo consumista, se está volviendo a la filosofía naturalista, y esta filosofía a la Rousseau se está volviendo en contra de las mujeres», dice Badinter. Porque si bien es cierto que cada vez son más los padres que se quedan en casa, en general sigue siendo la mujer la que lo hace.

Otros simplemente señalan que se trata de una elección de vida y punto, y que hay que celebrar que las mujeres tengan libertad para poder elegir qué modelo de madres quieren ser. Claro está que aquí se trata de mujeres para las que el factor económico no es decisorio.

«Yo elegí no vacunar a mis hijos, y en vez contribuir a su sistema inmunológico dándoles de mamar por un año, entre otras cosas. Por eso, y como podemos vivir del trabajo de mi marido, prefiero no volver a trabajar hasta que no tenga a mis dos niñas y el varón en la escuela para simplificar mi vida», sostiene una argentina que estudió en la Universidad más famosa de Canadá, y tras un paso profesional por México se estableció en Nueva York con su familia.

«Realmente creo que hay una nueva forma de feminismo que se adapta mejor a los tiempos que cambian. Una forma no excluye la otra. Quedarse en casa, amamantar hasta el año, y demás no implica per se negar los valores feministas. Todavía no se ha llegado a una solución perfecta, pero como decía una vieja propaganda americana, «hemos recorrido un largo camino, muchachas», dice con humor.

Para Badinter, el argumento de que es parte de la libertad de elección de las mujeres el quedarse en casa y dedicarse a los niños de la manera más intensiva imaginable no es del todo convincente. «Es una elección legítima si ellas pueden asegurar su independencia económica al dedicarse solo al trabajo del hogar. Cuando todo anda bien en la pareja, este arreglo es una cosa. Pero hoy la realidad es que tantos matrimonios se separan, y que la mamá que queda sola va a tener que subsistir con la pensión alimentaria que consiga de su ex. Lo que una mujer sigue sin tener que olvidar jamás es que su independencia financiera es absolutamente esencial.»

En nuestro país

Mandatos, deseos y sacrificios

Para Alicia Oiberman, investigadora del Conicet, el problema en nuestro país pasa por dos maneras de abordar la maternidad. Y lo planea así: por un lado hay un porcentaje muy grande de mujeres que sigue teniendo los hijos entre los 20 y los 30 años. En 1984, el 35,6% de las madres formada parte del mercado de trabajo, mientras en 2010 lo hace el 59,9% de ellas. «Este grupo de mujeres trabaja por necesidad económica y no tiene posibilidades de ingreso al mundo laboral de alto nivel», explica.

Por otra parte, existe otro grupo de mujeres, las «incluidas», para las cuales la maternidad se transforma en una profesión. Oiberman dice que, como no contamos ni con jardines maternales adecuados ni con leyes que protejan a ese grupo, si se quiere combinar profesión fuera del hogar y crianza de niños pequeños, debe existir otra mujer que se haga cargo de los niños.

«El planteo de que el ingreso al mercado laboral nos hace libres en cuanto mujeres ya pasó, pues no se solucionó el problema del cuidado de los niños pequeños», reflexiona Oiberman.

La socióloga e historiadora Dora Barrancos cree que habría que matizar la noción de «nueva maternidad». Lo explica así: «Eso de ?Antes que yo están mis hijos’ es una construcción que tiene bastante más de un siglo. Se trata de un mandato patriarcal que parece inmarcesible. No deja de sorprender que mujeres que han hecho un sacrificado periplo universitario,en carreras difíciles -me refiero a las exigencias curriculares- luego no se desempeñen en las profesiones en las que se formaron por atender, con exclusividad, la crianza de los hijos. Tal vez, entre las madres profesionales de clase media, se interponga una subjetividad más apegada a la autonomía y las lleve a proyectarse en las profesiones que escogieron. Pero no tenemos investigaciones que muestren cómo ha varido esa circuntancia en las últimas décadas. La entrega absoluta a la vida doméstica, a las devociones de la maternidad, es una orden difícil de contrariar pues es necesario una rotunda autoafirmación. Me parece que en nuestro país, muchas profesionales, y cada vez más, eligen los caminos de la mayor autonomía, deciden contra viento y marea, proyectarse en carreras, y no sólo para sí, sino justamente para garantizar una mejor vida para los hijos».

59,9% de las madres

formaba parte del mercado laboral en 2010. En 1984 la cifra alcanzaba el 35,6 %

64,7% de madres con 2 hijos

tiene inserción laboral; la cifra baja al 45,3% en el caso de las que tienen más de 4 hijos

3 horas diarias

dedican, en promedio, las mujeres a las labores domésticas y el cuidado de los hijos