Ya próximos a la Junta Nacional, la reflexión de este mes nos presenta un pasaje bíblico en el cual una familia sufre, como lo hacen muchas hoy en día. Tanto Ayer como hoy la respuesta está en la Fe como la clave para que Dios pueda obrar. ¿ Cuál es nuestra misión y tarea como agentes pastorales?
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Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados…Estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña (Mc 5, 21-24.35-42).
En este tiempo pascual la Palabra nos invita a dar un paso de fe para dejarnos transformar por el poder resucitador del Amor de Dios.
El texto del Evangelio nos muestra a Jairo, un padre angustiado porque su hijita se está muriendo. Ni bien Jesús desembarca en el pueblo, se junta a su alrededor una gran muchedumbre y Jairo se abre paso entre ella para llegar hasta el Maestro. A pesar de ser un hombre importante, que ostentaba un alto cargo (jefe de la sinagoga), no vacila y se postra a los pies de Jesús, rogándole con insistencia que vaya a su casa y le imponga sus manos a la pequeña para que se cure y viva. ¡Qué admirable muestra de fe y confianza en el Señor! En eso está cuando le avisan que ya es tarde, la chiquita murió. Pero Jesús minimiza el hecho y le dice: Basta que creas.
Llegan a la casa de Jairo, hay gran dolor, gritos y llanto. La muerte se apoderó de la familia. La esperanza de curación ya no existe. Jesús nuevamente resta importancia a lo acontecido: “la niña no murió, sino que duerme”, lo que provoca la burla de los presentes. Entra Jesús y sus discípulos más cercanos (Pedro, Juan y Santiago, los mismos que presenciarían su transfiguración y los que serán, más tarde, los cimientos de la primera comunidad cristiana), junto a los papás de la chiquita. Podemos imaginar el corazón de esos papás, traspasados por el sufrimiento, como el de María a los pies de la cruz. Y, de inmediato, el milagro: Talitá kum. La muerte es vencida por el poder de Jesús. Cuando todo parece estar perdido, el amor de Dios hace el milagro a partir de la fe de los papás, que creyeron más allá de que el sentido común y las expresiones de sus amigos y parientes les gritaban que no valía la pena, que ya era tarde.
Una familia es el centro de este hermoso pasaje evangélico. Una familia que sufre por la enfermedad y la muerte. Una familia cuyos amigos y allegados la acompañan, pero desde la intrascendencia del sentido común, sin fe. Se “burlan” del Señor y descreen de sus palabras.
Esta imagen describe fielmente lo que son las familias de nuestro tiempo. Familias que sufren la enfermedad del egoísmo, de la violencia. La muerte de las rupturas, de la carencia de valores, de la falta de proyectos. Familias que surgen y transitan en un contexto de incredulidad social, de desmoralización, de ateísmo práctico. Familias donde los esposos no pueden proyectarse como matrimonio estable. Donde priva lo efímero y pasajero del placer, tener y progresar. Familias donde los hijos pasan a ser mercadería de cambio tras las separaciones. Familias donde no hay lugar para el diálogo respetuoso entre cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos. Familias en las que se desprecia la sabiduría y experiencia de los mayores. Familias donde lo sagrado es muchas veces objeto de burla y descrédito y donde la Palabra de Dios es resistida o desoída porque resulta dura o demasiado exigente. ¡Cuántos de estos signos de enfermedad y de muerte se han introducido en nuestras familias y en nuestra forma de pensar!
Jairo y su esposa, a pesar de la situación y del sentir de sus allegados, creen en Jesús y confían en su Palabra poderosa. Eso desata la acción de Dios. Si ellos hubieran dudado, si Jairo no hubiese ido a buscar al Maestro, si no se hubiese postrado y le hubiese rogado con insistencia, la muerte habría ganado la batalla final en su hijita. El luto y el llanto hubiesen sido el fruto de su falta de fe.
La fe es la clave para que Dios pueda obrar en las familias de hoy. Es necesario que el Señor pueda entrar en el seno de las familias. Es necesario ir a buscarlo y darle lugar en los hogares. El cultivo de la fe en la familia, mediante el la oración y el acercamiento a los sacramentos, es la puerta de acceso del Señor.
Es necesario, por lo tanto, que nuestras familias y nuestra sociedad reciban la fe y que la alimenten. Los agentes pastorales tenemos la imperiosa misión de acompañar ese proceso, guiando a las familias hacia el lugar donde puedan encontrar el alimento apropiado para la fe: como el buen pastor conduce a las ovejas a los pastos verdes (Sal 23, 10 y Jn 10, 9). La fe se alimenta con el anuncio de la Palabra de Dios y, muy especialmente, con el testimonio que expresa la búsqueda constante de la coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. Esto es lo que, en este tiempo de gracia de nuestra Iglesia Católica, el Papa Francisco nos dice con sus gestos y expresiones.
El obrar de Jesús en el seno de la familia del relato fue un signo maravilloso para los papás de la niña cuya fe recibió un potente impulso revitalizador. Pero, sobre todo, constituyó un signo mucho más grande para los amigos y allegados que, pudieron dar un salto de fe pasando del descreimiento a la admiración cuando constataron el milagro de la resurrección. Los discípulos, también testigos presenciales del prodigio, pudieron ver y aprender varias actitudes pastorales del Maestro: su compasión ante el sufrimiento de la familia; su deseo de “entrar” en el hogar (bien podía haber obrado “a distancia”, como en el caso del sirviente del Centurión: Mt 8, 5-13); la firmeza en la orden que provoca el regreso a la vida: “Niña, te lo ordeno, levántate”; el gesto de ternura al tomarla de la mano y devolvérsela con vida a sus papás; su preocupación porque le den de comer. Frente a tantas muestras de compasión, de afecto, de delicadeza, resuena de un modo especial en nosotros la invitación que nos hace el Papa Francisco a ser custodios unos de otros, especialmente, en y dentro de las familias (los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres…; Homilía de la misa de inauguración del pontificado, 19.3.13)
Hoy Jesús nos dice a los agentes pastorales y a todos los que de un modo u otro trabajamos para la reconstitución de la institución familiar, por la revitalización de los valores familiares, por la solidez de los matrimonios y por la existencia de vínculos familiares sanos: Basta que creas. Las familias que reciben la fe, que reciben al Señor en sus casas, cuyos miembros tienen una intensa experiencia de Dios, pueden irradiar la vida nueva del Evangelio como testigos en los distintos ambientes. La transformación de nuestra sociedad es posible a partir de familias que cultivan la fe, el mejor tesoro que pueden dejar a las generaciones futuras.
La próxima Junta Nacional será un espacio de gracia en el que podremos reflexionar y compartir sobre el valor de la fe en el seno de la familia de nuestros días. Oremos e intercedamos unos por otros para poder llegar al encuentro con un corazón dispuesto a recibir todo lo que el Espíritu Santo quiera revelarnos de manera de poder colaborar con la promoción y crecimiento en las familias de una fe, fruto de la presencia de Jesús en ella, que se irradie hacia la sociedad como ocurrió con la familia de Jairo, con la de Marta, María y Lázaro y, fundamentalmente, con la Sagrada Familia de Nazaret.