(Fuente: Clarín) En Occidente se entiende la maternidad como un deseo o como una obligación social. En la cultura china predomina un modelo de exigencia; en África, de cooperación familiar.
A lo largo de la historia, la dominación social, política y económica del hombre dentro de las sociedades ha sido habitual, aunque no única. Sin embargo, ha habido un rol en el que la mujer obtuvo el papel principal: la maternidad suele estar más valorada que la paternidad. Pero “ser madre excede al hecho biológico”, explica la psicóloga Alicia Oiberman en su trabajo “Historia de las madres en Occidente: repensar la maternidad”. Por eso, tuvo significados muy distintos según la época, y aún hoy conviven en el mundo formas diversas de encarnar el mismo papel.
En Occidente, en la Edad Media, “la maternidad era el fundamento de la identidad femenina”, detalla Oiberman, investigadora del Conicet. Con la llegada del Siglo de las Luces “la consagración total de la madre a su hijo se convirtió en un valor”, sostiene. La función materna absorbía la individualidad de la mujer, lo que se vio enfatizado cuando la Revolución Industrial de fines del siglo XIX acentuó el rol profesional del hombre y dejó las responsabilidades domésticas y la educación de los hijos a cargo de las mujeres.
El siglo XX y el advenimiento del feminismo cuestionaron el lugar tradicional de las mujeres, que se integraron a la vida laboral, social y política a la vez que se dedicaron a sus hijos: no es casualidad que hayan aparecido las guarderías en esta época. La píldora anticonceptiva puso a disposición algo que Simone de Beauvoir había mencionado en “El segundo sexo”, obra de 1949: la maternidad elegida –sujeta, claro, a los recursos económicos e informativos disponibles. Desde esta perspectiva, la madre no cumple simplemente con una “función” que se le ha asignado por siglos, sino con un deseo.
En Latinoamérica, según un estudio que el psiquiatra Martin La Roche realizó para la Universidad de Harvard en 2002, las madres priorizan los vínculos fuertes, la reciprocidad y la lealtad, y le brindan a sus hijos un gran apoyo emocional. La situación es muy distinta en China, donde, según la escritora Amy Chua predomina un modelo de exigencia muy fuerte, especialmente en cuanto a los logros académicos.
Chua, autora de “Plegaria de batalla de la Madre Tigre”, de 2011, sostiene que hay tres grandes diferencias entre una “madre china” y una “madre del oeste”: “Las madres chinas creen saber qué es lo mejor para sus hijos, por eso no priorizan las elecciones y preferencias de los chicos; tampoco están preocupadas por su autoestima, porque los asumen fuertes y, teñido por la idea de ‘piedad filial’ heredada de los tiempos de Confucio, creen que sus hijos les deben todo, por eso los logros en Oriente se ven como una retribución a la familia”, detalla, y agrega: “No es que las madres chinas no se preocupen por sus hijos; darían su vida por ellos, pero es un modelo parental completamente distinto”.
Los investigadores James McHale, Nirmala Rao y Emma Pearson realizaron un ensayo sobre la maternidad al interior de Asia y concluyeron en que mientras las madres chinas exigen a sus hijos que sea muy disciplinados, las hindúes se rigen por el budismo y consideran al niño como “un regalo de los dioses”, por lo que hay que ser agradecidas y tolerantes.
En África las mujeres cumplen una función determinante al interior de las casas, como educadoras informales, pero también en la organización de la aldea. Jeannette Makenga, nacida en El Congo y al frente del Centro de Promoción Integral del Niño que desarrolla su actividad en la selva ecuatoriana, detalla en su ensayo “La mujer africana” que ellas juegan un rol primordial en las economías sumergidas por su “resistencia a la pobreza y su capacidad de organización y cooperación con otras mujeres, lo que da a sus hijos un ejemplo de cómo salir adelante”.
En Zambia existen las llamadas “amas de cría”: son mujeres que guían a las hijas de otra mujer. Irene Meler, coordinadora del Foro de psicoanálisis y género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, detalla que la relación madre-hija puede ser complicada porque esa madre concentra muchas funciones: “Es el primer objeto de amor, es un modelo a seguir, y se convierte en una rival”, explica. “Estas amas de cría también existen entre los indios cheyenne, de América del Norte: son mujeres que se erigen como modelos para las hijas, por fuera de la figura materna”.
Tal como señala Chua, coexisten en el mundo distintos modelos que se particularizan en cada región, en cada aldea, en cada familia. No hay reglas universales; y si bien dicen que “madre hay una sola”, esa madre única es la de cada uno.