(Fuente: Zenit) Imagínese mirando a su niño y declarando con frialdad: «Tú nunca debiste haber nacido». Los padres están haciendo exactamente eso en los tribunales de todo el mundo, ya que presentan demandas por una «vida indebida» o un «nacimiento indebido», en contra de médicos y clínicas de fertilidad.
Estos penosos casos son una variación de las clásicas demandas de «homicidio culposo» por negligencia médica. El hecho es que los demandantes no están satisfechos porque el paciente –en este caso un niño–, vivió en vez de morir. Por lo general, estos niños sufren de una discapacidad grave o enfermedad genética. En el caso de un «nacimiento indebido», los padres alegan que si se les hubiera dado un diagnóstico prenatal de la enfermedad del niño, podrían haber abortado a su hijo. Ellos buscan una compensación para ocuparse de sus hijos, así como por daños y perjuicios al tener que vivir con un niño discapacitado.
Los casos de «vida indebida» se presentan en nombre del niño, alegando que la no existencia sería preferible a vivir en una condición de enfermedad. En 1998, Amos Shapira argumentó en el Journal of Medical Ethics: «… que sería factible y deseable la compensación para respaldar las acciones de ‘vida indebida’. El consejero de genética debió tener un cuidado profesional hacia el recién nacido con discapacidad que ahora reclama, pues sin tal negligencia, él o ella no habría nacido de ninguna manera. La vida defectuosa del demandante (donde una vida sana nunca fue una opción), constituye una lesión indemnizable.»
El profesor Shapira de la Universidad de Tel Aviv escribió esto hace una década. Desde entonces, las demandas en nombre de los niños con defectos genéticos se han convertido en algo común en Israel. El 26 de octubre de 2011, la edición del New Scientist magazine informaba que la tendencia creciente de estos casos de «nacimiento indebido», ha llevado a una investigación por parte del gobierno israelí. Israel, al igual que gran parte del Oriente Medio, India y África del Norte tiene una alta tasa de matrimonios consanguíneos, lo que aumenta la incidencia de enfermedades genéticas.
Carmel Shalev, un abogado de derechos humanos y bioética de la Universidad israelí de Haifa, afirma que la cultura israelí está preparada para hacer pruebas prenatales y abortar a los niños con defectos genéticos. Así lo afirma en New Scientist: «Hay todo un sistema sostenido con dinero en pos del bebé perfecto. Todo el mundo participa, los padres, médicos y laboratorios. Los padres quieren bebés sanos, y los médicos les animan a hacerse la prueba, por lo que las pruebas genéticas se comercializan demasiado pronto”.
En otros países, las demandas por un «nacimiento indebido» se centran más en las dificultades de los padres que en los niños. Un caso de 2009 en Inglaterra solicitó 1,5 millones de libras esterlinas como pago a cuenta del cuidado de Rupert, un niño de cinco años, quien nació con defectos congénitos de corazón, con paladar hendido, anomalías vertebrales y un solo riñón. Rupert usa también una silla de ruedas, requiere ventilación mecánica a través de una traqueotomía y tiene un tubo de alimentación. Los abogados de la familia argumentaron que debido a que estas anomalías no se habían detectado en la ecografía prenatal, a su madre nunca se le ofreció la oportunidad de abortar a Rupert. Ella estuvo agobiada por su cuidado y en consecuencia, era merecedora de la compensación.
En 2003, se obtuvo una compensación por un síndrome de Down no diagnosticado prenatalmente. Una madre de Vancouver se quejó de que tener un hijo con una discapacidad mental había «alterado totalmente nuestros planes». Se le otorgaron diez mil dólares en compensación por su sufrimiento…
En todo el mundo, los niños son deshumanizados y tratados como accesorios en la vida de los adultos. Con la anticoncepción, los niños son concebidos cuando son convenientes para sus padres. El aborto es permitido para destruir a un niño «defectuoso», a fin de que sus padres no tengan que lidiar con enfermedades y discapacidades. De hecho, un titular de un diario danés, anunció a principios de este año un avance médico que cura el síndrome de Down. En realidad, el anuncio informaba de que las exhaustivas pruebas prenatales y el aborto posterior de los niños no nacidos con síndrome de Down, eliminarían los nacimientos de esos niños.
El advenimiento de técnicas de reproducción asistida ha permitido seleccionar aún con más precisión la venida de un niño. Los embriones son revisados antes de su implantación. Aquellos que no son del sexo deseado o los que no son óptimos genéticamente, se descartan. En 2009, los médicos británicos anunciaron con entusiasmo el nacimiento de la primera bebé que había sido examinada desde que era un embrión, con el fin de asegurar de que no fuera portadora del gen BRCA1 del cáncer de mama. Al hacerlo, implícitamente reprueban la vida de todas las mujeres que portan el gen BRCA1. Para estos médicos, habría sido mejor que estas mujeres nunca hubiesen nacido.
Cuando tener un bebé se convierte en una suerte de consumismo, no es de extrañar que los padres deseen algún tipo de garantía de devolución de su dinero. Cuando un producto adquirido no cumple las especificaciones con que se encargó, lo enviamos de regreso y pedimos un reembolso. Las demandas por «nacimiento indebido» se convierten en una compensación por una compra «defectuosa».
Con las demandas por una “vida indebida», se alega que los niños discapacitados son errores de fabricación. Para empezar, ellos jamás debieron haber nacido. Esa forma de pensar despoja a los niños de su dignidad humana y degrada a sus padres. La cultura secular juzga a los menores por la utilidad que tienen para sus padres. El amor condicionado genera desconfianza e inseguridad.
Este punto de vista socialmente destructivo debe ser contrarrestado con una cultura de la vida, que acepte la vocación natural hacia la paternidad. Los padres son llamados por Dios para ser custodios de una vida humana específica que Él les da. Todos los niños, sin importar el estado de su salud, son concebidos a imagen de Dios. Cada niño viene con su propia serie de desafíos y no se puede negar que algunos de estos desafíos son enormes. Sin embargo, si Dios nos llama a una tarea, Él no nos abandonará. Nos dará su gracia, si tenemos la fe suficiente para confiar.
*Denise Hunnell, MD, es miembro de HLI Latina, una iniciativa educativa de Vida Humana Internacional. Escribe para el Foro de la Verdad y de la Caridad de HLI en Estados Unidos.