Todos sabemos que el matrimonio, por diferentes causas, atraviesa hoy una profunda crisis y como ya lo decimos también en un fragmento de nuestra reflexión del mes de octubre «Las circunstancias hostiles en las que tenemos que desarrollar nuestra misión suelen provocar que, en ocasiones, nos gane el desaliento, la angustia o la desesperanza.»

Ante esta situación, el matrimonio como ejemplo de amor, de entrega  hacia el otro, de fidelidad, es hoy día  no solo noticia, sino buena noticia.

Por esto, como cristianos comprometidos, debemos sumar a la visión de Familia como ámbito a evangelizar y como  transmisora del evangelio, el trabajo de fortalecerla como signo de Dios, Evangelio en el nuestro mundo y nuestra cultura.

Son esclarecedoras en este sentido las palabras de Benedicto XVI en la Homilía brindada durante la Santa Misa para la apertura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en la Plaza de San Pedro, el domingo 7 de octubre de 2012, que aquí compartimos a modo de editorial del mes de Octubre

El tema del matrimonio, que nos propone el Evangelio y la primera lectura, merece en este sentido una atención especial. El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: «Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gn 1,24, Mc 10,7-8).

¿Qué nos dice hoy esta palabra? Pienso que nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida pero tal vez no del todo valorizada: que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio, una Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo secularizado.

La unión del hombre y la mujer, su ser «una sola carne» en la caridad, en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y por varias causas, el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz. Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal. Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio. Y, como la Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias, vinculadas a comunidades y movimientos, pero se está realizando cada vez más también en el tejido de las diócesis y de las parroquias, como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial de las Familias.