Acercamos una nueva entrega  de esta sección  que renovamos mes a mes con material que quiere ser invitación a orar, en comunión, a partir de la Palabra de Dios.

En esta segunda invitación a orar en comunión, abordamos precisamente la necesidad del diálogo personal y comunitario con nuestro Señor, de encontrarnos con Él cuando nos toca enfrentar situaciones nuevas, asumir responsabilidades o lanzarnos al servicio o a la misión.

Por debajo de la reflexión en línea podrán descargarla en pdf para compartirla en sus comunidades

 

INVITACIÓN A ORAR, EN COMUNIÓN, A PARTIR DE LA PALABRA DE DIOS

Evangelio según San Lucas 9,18-22

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día»

En el pasaje del Evangelio el propio Jesús “orante” nos invita a acompañarlo en la oración y en el diálogo.  Muchos pasajes de la Palabra de Dios nos muestran a Jesús orando, hablando con el Padre, en diversos momentos de su vida y, fundamentalmente, ante los hitos más cruciales de su misión: al iniciarla (Mc 1, 35), al revelar su identidad (Lc 9, 28),  frente a la entrega final de su vida (Lc 22, 39-46). Estas actitudes del Maestro nos hablan de la necesidad que tenemos de encontrarnos con Dios, cara a cara, a cada paso de nuestro caminar y, sobre todo, cuando nos toca enfrentar situaciones nuevas, asumir responsabilidades, lanzarnos al servicio o a la misión. Por eso el Evangelio nos interroga ¿cómo está hoy mi diálogo con el Señor? ¿Pongo en manos de Dios cada paso de mi vida a través de la oración? ¿Es la oración la fuente de la cual bebo antes de iniciar mi servicio o misión eclesial?

El texto evangélico también nos habla de que el ambiente de interioridad que crea la oración, es el lugar propicio para la revelación de la identidad de Jesús. Después de orar, los discípulos reciben la luz interior que les permite reconocer en Jesús al “Mesías de Dios”, cosa que “la gente” no podía percibir (identificándolo como Juan Bautista, Elías o algún profeta resucitado). Es en la oración en que, como Francisco de Asís, podemos percibir con mayor claridad “quién eres tú y quién soy yo”. La oración, entendida como un profundo encuentro entre dos personas y no solo como un monólogo unidireccional, me permite descubrirme a mi mismo y percibir algo de lo que Dios es, más allá del concepto racional o de la imagen que pueda tener de él a partir de lo “aprendido” o recibido. El Evangelio me invita a ir a lo profundo, hasta ese lugar interior de calma, de silencio, de revelación. Es ahí donde podría formularme este interrogante ¿Quién es Dios para mí? ¿Es mi salvador? ¿Es un ser vivo, que actúa en mi vida o es solo el recuerdo de un profeta o alguien del pasado?

La revelación que surge de la oración, en el pasaje comentado, no se agota al mostrarnos a Jesús como Mesías de Dios, sino que nos introduce en el misterio de la Pascua. Jesús afirma que su misión no se circunscribiría a mostrar las proezas mesiánicas (milagros, signos, anuncio poderoso) sino que pasaría por el rechazo, la prueba, la cruz y la muerte. En el plan de Dios, nuestra redención se hallaba condicionada a que su propio hijo pagase el precio de su muerte. Ese gesto de amor supremo es el que da sentido a toda la obra redentora de Jesús. Y también nos invita a la entrega de nuestra vida para hacer fecunda la proclamación de la Buena Noticia que hacemos en el mundo de hoy. Por eso podemos pedirle al Señor, en oración, que nos dé la gracia de animarnos a morir a nosotros mismos, a nuestras pasiones egoístas, a la búsqueda de los propios logros, en pos de un servicio y una misión desinteresada, cuyo único objetivo sea dar a conocer a los hombres el gran amor de aquél que dio su vida por nosotros. Que podamos asumir que no hay resurrección sin pascua ni misión sin contradicción. Pongámonos, entonces, en comunión, entre nosotros y con el Maestro, desde la oración profunda y la opción por desarrollar una identidad discipular, para seguir avanzando firmemente en nuestro camino  misionero en la Iglesia y en el mundo.

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