(Fuente: El Argentino) Si una familia espera que el Estado sea el gran educador de sus hijos, estará fuera de toda dimensión humana vinculada con las más elementales responsabilidades de vivir y ser parte de una sociedad.
Es oportuno visualizar algunos avances, dado que algo está cambiando en materia educativa.
Entre 1989 y 1999 se construyeron a nivel nacional siete escuelas. Entre los años 2000 y 2002 ninguna. Desde 2003 a la fecha se llevan construidas (no reparadas, sino nuevas) 1.286 establecimientos educativos de nivel primario y secundario.
El Programa 2 “Conectar Igualdad” lleva entregadas tres millones de netbooks para alumnos y docentes de escuelas medias de todo el país.
Esto fue posible en gran parte por la Ley de Financiamiento Educativo, que fue apoyada por todos los sectores en el Parlamento argentino. La realidad es elocuente: en el 2002, se destinaba el cinco por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) al pago de la deuda externa y apenas el dos por ciento a la Educación. Las prioridades y los rangos de importancia estaban subordinados. Hoy es al revés: se destinan más del seis por ciento del PBI a la educación y la cultura.
Pero también se sancionó con buen criterio otra ley: la de Educación Nacional, que establece a la enseñanza media como obligatoria.
Algunos logros ya se pueden visualizar. Por ejemplo, en la feria de ciencias a nivel nacional compitieron 350 proyectos representando a todos los distritos del país. De todos esos proyectos se seleccionaron seis. De esos seis mejores proyectos –que irán a competir a Estados Unidos en la Feria de Ciencias Internacional- dos son de Entre Ríos y uno de ellos pertenece a la Escuela de Educación Técnica Nº 2“Presbítero José María Colombo” de Gualeguaychú.
Es cierto que en materia educativa falta muchísimo, pero también que algo se está avanzando. Se podrían tener mayores logros si se vuelve a establecer el vínculo virtuoso entre la familia y la escuela. Esa es una de las grandes deudas y que involucran a todos.
No alcanza con declamar el concepto. Se necesitan acciones concretas y especialmente de los padres. Es un hecho que la mayor deserción en el sistema educativo no son los alumnos que pierden el interés por los estudios, sino los padres que abandonan elementales responsabilidades.
Hoy la cuestión económica no es un impedimento para estudiar. Hay docenas de programas de becas, incluyendo las de mérito, y de incentivos para que ningún joven abandone la escolaridad al menos hasta finalizar la secundaria.
Pero no alcanza si la familia sigue ausente en este proceso clave en la formación integral de los hijos.
El Estado no sólo tiene que revalorizar con palabras y reconocimientos, sino con asignación de recursos. El cambio de paradigma en la educación es un hecho, sólo falta consolidar la perspectiva más tradicional y que mejores frutos ha dado: la alianza de la familia con la escuela. Y eso depende de todos, sin excepción. Es cierto que sin el Estado la educación es muy difícil, pero sin la familia es imposible.