Homilía de monseñor Francisco Polti, obispo de Santiago del Estero en el cierre del Mes de la Familia (26 de octubre de 2013)
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, queridas familias:
En el final del mes de la familia que están celebrando, encomiendo de modo especial y con mucho afecto a los esposos y padres cristianos que luchan contra viento y marea por mantener su palabra de mutua fidelidad, dada un día ante el altar de Cristo, y por educar a sus hijos en la fe.
Ciertamente que amar y ser amado es la más íntima aspiración humana; pero este “amar” está herido y debilitado como capacidad. En efecto, sabemos que hoy muchos sienten que el matrimonio “para toda la vida” –como se dice de forma habitual- es un sueño imposible de cumplir.
En este sentido el Santo Padre Francisco nos decía “Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisional. Somos víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero… ¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida!”
Y sobre esto alentaba a no tener “miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida, de esta manera, nuestra vida será fecunda. Y ¡esto es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza.”(1)
Por ello ¡que significativo es anunciar la importancia del sacramento del matrimonio! Señal que Cristo esta junto a ustedes. Sin duda, la posibilidad de que dos personas lleguen a ser “una sola carne”, permaneciendo diferentes en cuanto persona masculina y femenina, es un don del Espíritu presente en el sacramento del matrimonio que vincula preservando la identidad en la unidad, unidad de dos seres diversos que no viven sus diferencias en estado de superioridad o confrontación, sino de complementación y comunión.
A su vez, queridos padres, el encuentro con Jesucristo nos lleva a vivir y a comportarnos de un modo especial. Esta vida en Jesucristo, nuestra fe, nosotros la entregamos a nuestros hijos como la hemos recibido -a su vez- de nuestros padres y educadores. Y tengan siempre presente que se educa antes que nada con el ejemplo.
En efecto, los jóvenes piden recibir de sus padres, un testimonio claro de las virtudes a las que están llamados a desarrollar. No hay que tener miedo a proponerles y a vivir ante ellos la generosidad, la fidelidad, la humildad, la obediencia, el perdón, la sobriedad, la autodisciplina, la castidad, el pudor, entre otras. Y como en ocasiones no lo conseguiremos, tenemos que decir como el publicano de la parábola, “Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador”. Y, si es necesario, acudamos al sacramento de la reconciliación.
La paternidad implica muchas cosas: cuidado físico, afecto, aliento, corrección, protección, y sobre todo, enseñanza. Así como el cuerpo necesita alimento, aire, luz y calor, el espíritu necesita desafío, guía y aliento.
Les reitero, los padres son los primeros y los más importantes educadores. Educar significa “dar a luz” lo que ya existe. Como educadores, los padres deben apoyar a sus hijos para que crezcan a través de los diversos desafíos de la vida y ayudarlos a convertir en victorias las inevitables pruebas a las que la vida ha de someterlos.
Justamente, el Papa Francisco en varios pasajes de su magisterio, se refiere a la hermosa tarea confiada a los padres dentro de la familia. Hace meses atrás, con motivo del rezo del Santo Rosario, se centró en la persona de la Virgen María y en la de las madres. “Una mamá -decía- ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza -que también se deriva de un cierto bienestar- a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas. La mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales…(2)
Así también comenzó su ministerio petrino insistiendo en la necesidad de “custodiar” como una vocación que se refiere a todos. La ocasión la ofrecía la persona de San José, esposo de María Virgen, a quien la Iglesia festejaba ese día. “Hemos escuchado, en el Evangelio -anunciaba el Papa- que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús… ¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles”.(3)
Queridas familias, es preciso que como miembros de la Iglesia asumamos nuestra responsabilidad de poner los medios necesarios para contener la situación que atraviesan los matrimonios y las familias hoy. De ustedes depende. Si no lo hacen ustedes, nadie lo hará. No podemos ni debemos esperar que el mundo cambie. Nosotros, con la ayuda de Dios, y en nuestra pequeña medida, podemos cambiar el mundo. Nuestros primeros hermanos cristianos cambiaron el mundo pagano de su época. Pero, naturalmente, debemos empezar por nuestro propio mundo personal y familiar.
Acudamos en todo a la Sagrada Familia de Nazaret. Que ella sea nuestro ejemplo a imitar y nuestra fortaleza al caminar. Y como decía un sacerdote santo “Jesús María y José que estemos siempre con los tres”.
Mons. Francisco Polti, obispo de Santiago del Estero
Notas:
(1) Francisco, Basílica de Santa María la Mayor Rezo del Santo Rosario 04-V-2013
(2) Francisco, Basílica de Santa María la Mayor Rezo del Santo Rosario 04-V-2013
(3) Francisco, Homilía Solemne Inicio del Ministerio Petrino 19-IV-2013