Ante estos días de particular importancia para la familia, ante el Sínodo que se avecina, la reflexión de octubre nos invita a pensarnos en misión y como mensajeros de paz
Misión de los setenta y dos discípulos
1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.2 Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. 3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. 4 No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. 5 Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. 6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. 7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. 8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; 9 curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. 10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: 11 “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. 12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.
A la luz de esta palabra el Señor nos invita a meditar sobre estas tres ideas:
El Señor nos llama y nos envía a una misión:
– Ser cristianos es ser discípulos pero también misioneros. La misión más importante es ser transmisores del Amor de Dios hacia todos los que nos rodean. Testimonios de vida más que palabras. Signos de su presencia en el mundo.
La confianza en que El nos dará todo lo que necesitemos para la misión:
– No contamos sólo con nuestras fuerzas, que son limitadas. El nos da las herramientas: la Palabra, la Eucaristía y el impulso de su Espíritu Santo. Hoy podemos preguntarnos: en qué confiamos más, ¿en nuestras fuerzas o en “la fuerza que viene de lo alto”? ¿Qué situaciones de nuestra vida cotidiana todavía no nos animamos a confiarle al Señor?
Ser mensajeros de la paz:
– Nuevamente aquí podemos ver que más que las palabras, lo que cuentan son nuestras actitudes. Hoy podemos mirar nuestra vida y preguntarnos: ¿Qué deja mi presencia en cada uno de los ambientes en los que me muevo? (familiar, laboral, de estudio, etc.): ¿Mi presencia deja alegría, unidad, ambientes de colaboración? ¿O mi presencia provoca enojos, divisiones, rivalidades y desánimo? Este puede ser un buen termómetro para medir cuánto construimos la paz entre los que nos rodean.
Pidámosle al Señor un Espíritu decidido para la construcción de su Reino entre nosotros. Los cimientos ya están puestos: ¡La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular!
Que así sea para la gloria de Dios.