A partir de la Palabra de la reflexión del mes de Mayo, Jesús nos invita a caminar con Él un camino de fidelidad y entrega que nos conduce al Padre. Esta reflexión invita a pensar sobre nuestra actitud y respuesta ante los tramos estrechos y accidentados de este camino

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Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.

Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.»

Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.»

Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre?¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto; o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores. Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo.Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre (Jn 14, 6-14).

En la Palabra de este primer viernes de mayo (festividad de los apóstoles Felipe y Santiago) Jesús nos invita a caminar con Él un camino de fidelidad y entrega que nos conduce al Padre.

No es cualquier camino, ni cualquier destino. Es un camino de Verdad y Vida que nos lleva al corazón del Padre. Es un camino que le da sentido a nuestra vida de Fe. Dado que el camino suele tener tramos estrechos y puertas angostas (Mt 7, 13-14) puede ocurrir que  nos cansemos o que sintamos que muchas veces nos vamos arrastrando. Puede ser que nos den ganas de desandar el camino o mirar para atrás. Pero el Señor nos pide que no nos detengamos y que lo sigamos, porque vale la pena el esfuerzo.

Se nos plantea el desafío de transitar ese camino desde la Verdad, no escondiéndonos en las mentiras que nos propone este mundo. La mentira del individualismo, la primacía de lo material, la posibilidad de vivir como si Dios no existiera, entre otras.

También Jesús nos llama a desarrollar nuestra Vida de cara a él y apoyados en su gracia en este caminar, a desplegarla, a contagiarla y a defenderla de todo ataque. También a defender la Vida de los adultos mayores, de los niños por nacer, de aquellos que se encuentran doblegados por las adicciones; la de los enfermos, etc.

Jesús nos quiere introducir en el vínculo que Él tiene con el Padre, nos quiere llevar por ese mismo camino profundo e insondable de Alianza entre ambos. Y no cuando nos toque pasar de este mundo a la casa del Padre, sino desde ahora el Maestro quiere que disfrutemos de la presencia divina en nuestras vidas, en lo cotidiano. Al respecto, en otro tramo de la Palabra Jesús nos dice: «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti» (Jn 17, 3).

Para llegar al Padre Jesús nos va mostrando algunas pistas pero no nos revela el itinerario completo sino que nos propone un desafío: profundizar más en el vínculo sagrado con el Padre. A veces, como le sucedió a Felipe, no nos damos cuenta de que por el hecho de vincularnos con Jesús, de intentar permanecer en él, vamos teniendo acceso al Padre y conociéndolo también a él.

Seguramente  Felipe quedó desconcertado con la respuesta de Jesús. También nosotros nos desconcertamos muchas veces cuando no logramos comprender lo que el Señor nos dice, lo que nos van descubriendo los signos que va poniendo en nuestro camino o, aún más, su aparente silencio. Y es ahí cuándo retorna su desafío a nuestra fe: «si quieres conocer al Padre, que es el Amor (1 Jn 4, 8), te basta con conocerme a mí (Jn  14, 11) y permanecer amando (Jn 15, 4).» Esta es la clave de nuestra espiritualidad. A medida en que amamos, vamos conociendo a  Dios (uno y trino) y vamos haciendo alianza con él. Es en ese lugar de amor profundo, de alianza, donde ganamos confianza con el corazón de Dios y donde  se fortalece nuestra fe al punto de posibilitar, como nos enseña la Palabra, que podamos hacer las mismas obras que Jesús y aún mayores y que todo lo que pidamos en su nombre lo obtendremos ¡Qué maravilla!  ¡Hacer cosas más grandes que las que hizo Jesús! Es decir, multiplicar el pan, sanar enfermos, resucitar muertos, liberar a los oprimidos…Qué poca conciencia tenemos del poder que el Señor nos ha delegado y que podríamos desarrollar a partir de nuestra súplica para modificar las estructuras enfermas de nuestra sociedad; para saciar el hambre de amor, de escucha, de comprensión; para llenar de vida, de alegría y de esperanza  los distintos ambientes marcados por el desánimo, el pesimismo, la depresión; para restituir a todas las personas su dignidad de hijos de Dios; para rescatar a las familias de las garras del individualismo, la intolerancia, la incomunicación, la violencia…

Hoy la Palabra nos invita a entrar en alianza con Dios para, una vez allí, desde la intimidad del amor, desarrollar una oración confiada y poderosa, sustentada en la certeza de que el Señor nos ha prometido concedernos todo lo que pidamos en su nombre para seguir creciendo en su amor y construyendo su reino entre nosotros.

Imagen: Manuel Acebedo: El Viajero de La Janda Litoral